domingo, 5 de febrero de 2012

“EL LOBO Y EL PERRO”


Cerca de un bosque, había una vez un lobo tan flaco que no tenía más que piel y huesos. Su flacura la debía, entre otras cosas, a que no se podía acercar a los ganados, pues estaban protegidos por los perros guardianes. Por eso, sólo de vez en cuando podía meterle el diente a un poco de carne.
Un día, el lobo estaba acechando el rebaño de ovejas, para ver si la suerte lo ayudaba y alcanzaba a cazar, encontró a un perro mastín que se había extraviado. El animal era rollizo y lustroso. Se veía que estaba bien alimentado. El lobo lo hubiese atacado de buena gana para servirse un buen almuerzo. Pero, con mucha sensatez, pensó que tendría que emprender una batalla y que el enemigo tenía trazas de defenderse bien.
Por eso, el lobo decidió acercársele con la mayor cortesía y entablar una conversación con él.
- Te felicito, amigo, tienes un hermoso cuerpo – dijo el lobo.
- Amigo lobo, tú no luces tan bien como yo porque no quieres – contestó el mastín.
El lobo lo miró asombrado.
¿Cómo que no quiero? A mí me gustaría estar tan bien alimentado como tú.
- Entonces, deja el bosque – repuso el perro-. Los animales que en él se guarecen son unos desdichados, muertos siempre de hambre. ¡Ni un bocado seguro! ¡Todo a la suerte! ¡Siempre al acecho de lo que sea!
- Es verdad – dijo tristemente el lobo-. Cada día que amanece, me pregunto si tendré un buen almuerzo. Y, cuando llega la noche, casi siempre me voy a dormir con la barriga vacía.
- Entonces, no lo pienses más – repuso el perro-. Sígueme y tendrás mejor vida.
- ¿Y qué tendré que hacer? – preguntó el lobo, que desconfiado, sabía que nada era gratuito en esta vida.
- Casi nada- repuso el perro-. Tienes que proteger la casa, perseguir a los ladrones, jugar con los de la casa y complacer al amo. Con tan poco como esto, tendrás a cambio, huesos de pollo, pichones y, además algunas caricias.

El lobo, al escuchar esto, se imaginó que tendría un buen porvenir y decidió irse con el mastín y ayudarlo a encontrar su casa.
Iban caminando, cuando el lobo advirtió que el perro tenía una peladura en el cuello.
- ¿Qué es eso? – le preguntó
- Nada – contestó el perro.
- ¡Cómo que nada! Si te veo el cuello pelado. ¿Por qué lo tienes así!
- Será la marca del collar al que estoy amarrado.
- ¡Amarrado! – exclamó el lobo- ¿Qué? ¿Estás amarrado? ¿No vas y vienes adonde tú quieres y a la hora que quieres?
- No siempre… Pero eso, ¿Qué importa?
- ¡A mí me importa! Mi libertad es más importante que tu comida. El precio que debo pagar por el alimento es demasiado alto. Y la libertad es el mayor tesoro que poseo en el mundo – dijo el lobo y se echó a correr. Aún está corriendo.

Jean De La Fontaine.
 

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